lunes, 28 de enero de 2013

Escribir, publicar y sobrevivir a ello

Algunas reflexiones sobre el proceso de escritura, publicación y promoción de un libro...



Por suerte o por desgracia, la escritura no es una ciencia exacta, su arte y sus misterios no se aprenden en manuales y tampoco existen caminos cuyo recorrido nos garantice el ansiado triunfo en forma de libro publicado. La escritura es un ejercicio de aislamiento, una forma de vida que obliga a quien decide apostar por ella a enfrentarse a sus obsesiones, a sus temores y a sus pasiones de manera solitaria e incierta. Quizás por ello, y porque la gran mayoría de historias nacen de la necesidad –al menos las buenas historias, según decía Rilke–, el autor acaba creando un vínculo con su obra que va más allá de lo artístico. El libro es su criatura, su razón de ser, aquello que justifica todas las horas en silencio, las noches temidas frente a la página en blanco. Autor y obra acaban siendo uno, como si fueran las dos caras de una misma moneda o la noche y el día, que tanto se necesitan aunque jueguen a evitarse. 



En infinidad de ocasiones se ha comparado el momento en que el autor pone el punto y final a su libro con el de un alumbramiento: en los dos casos, un ser ve la luz, comienza su existencia y se enfrenta a un camino. Los libros no sólo nacen con vida, sino que tienen la capacidad de absorber la de sus lectores, de madurar con ellos, envejecer y estropearse. Y cuando una vida se crea  el progenitor sabe que esa criatura va a desligarse, a volar sola. Por eso es tan difícil poner el punto y final, decir: “hasta aquí esta historia”. Ese momento de felicidad, de alivio, que pone fin a largos meses de trabajo –años en ocasiones–, también lleva implícito un adiós. Empieza una nueva etapa para ambos: el libro ha de viajar para encontrarse, primero con editores, y finalmente, si tiene suerte, con sus lectores; el autor, por su parte, debe distanciarse, asumir que esa obra ya no será suya, sino de aquel con quien se cruce.

Personalmente, no creo que mi historia con El sol de Argel, mi primera novela publicada, sea muy diferente a la de otros escritores. Pero a mí me gusta creer que sí lo es, que nuestro vínculo ha soportado momentos arduos, que hemos crecido juntas y hemos madurado. Y es que, al fin y al cabo, esta novela me ha acompañado, aunque de manera intermitente, durante casi diez años. Cautivada por un céntrico edificio madrileño, por su aire decadente y su atmósfera solitaria, empecé el libro en torno al año 2003. Siempre había sentido fascinación por el tema de los gemelos idénticos, por el juego narrativo que me parece que sugieren y, también, porque hablar de la relación entre dos personas idénticas físicamente me permitía adentrarme en el pantanoso terreno de la identidad. Pero El sol de Argel, que en esos momentos respondía al nombre de “Borrador 1”, no aguantó demasiados capítulos. Su trama se me vino encima a las 60 páginas y el vértigo y las dudas se instalaron dentro de mí de tal manera que la historia dejó de importar. Y mis páginas, como tantas otras, fueron impresas y guardadas en un cajón. Pasaron los meses y llegaron otros proyectos, entre ellos la complicada salida al mundo laboral, que lo eclipsó todo. El borrador seguía guardado, olvidado en una suerte de exilio. Pero cada vez que pasaba por delante del edificio que me había inspirado tiempo atrás me acordaba de M., una de las protagonistas, y de mis gemelos idénticos, con cuyos nombres aún me peleaba en aquella época. No había vez que no pasase por delante y no recordara el libro con una nostalgia que me apenaba pero que, de alguna manera u otra, siempre lograba enterrar.

No fue hasta 2009 cuando retomé la historia y me decidí a apostar por ella, a afrontar mis miedos. Elegí continuar ese proyecto, aunque una parte de mí quería pasar página y empezar otra novela. Seguí adelante con mis momentos de agobio, mis páginas en blanco y ciertos capítulos que nunca terminaban de funcionar por mucho que los retocara. 2010 fue un momento crucial, porque a mitad de año me quedé en paro por primera vez en mi vida. Y El sol de Argel supuso una tabla de salvación, una manera de sobrellevar la angustia de no poder trabajar. 



El rechazo de las editoriales

Finalicé el libro a últimos del 2011 y comencé esa difícil tarea de la que he hablado al comienzo de este artículo: tras la corrección definitiva, el momento de separarse del libro, de mandarlo a todas las editoriales que fui encontrando en ese proceso de investigación que todo autor primerizo ha de hacer. El momento de mentalizarse, de asumir los rechazos de editores, de comprender que muchas editoriales ni responden. El instante en que te das cuenta de que nadie te ha preparado para esperar el rechazo de un editor, y que no hay consejos válidos ni consuelo posible: es un camino personal y muchos deciden apearse de él y tirar la toalla. Yo quise apostar porque confiaba en El sol de Argel, en que su trama pudiera conectar con diferentes tipos de lectores. 

Al final, cuando cada vez tenía más claro que no surgiría esa oportunidad, apareció mi editor. Él me dio su confianza y me animó a dar el primer paso, el de mostrar mi primera obra al público. 

El sol de Argel se publicó a finales de noviembre, en un momento económico y social muy complicado. El libro sobrevive como puede, sobre todo gracias a la ayuda de pequeños libreros que han apostado por él y que le han ofrecido un sitio en sus librerías. También gracias al interés de blogs y páginas especializadas en literatura, cuya valiosa labor hoy está supliendo a las cada vez más debilitadas secciones de cultura de los medios de comunicación. Y por lo que a mí respecta, como autora, hago diariamente todos los esfuerzos que puedo para difundir el libro. No sólo creo que es importante, sino que considero que el papel activo del escritor como primer difusor de su obra es ya una realidad a la que hay que acostumbrarse. Eso no significa darse autobombo ni pasarse todo el día hablando del libro que uno ha escrito, sino tratar de facilitar que la obra llegue a los lectores en un universo en el que constantemente nos bombardea la nueva información.  



Las redes sociales han derribado esa vieja imagen del autor encerrado y ajeno a todo. Ahora los autores suben fotos a Facebook, tuitean y comparten textos. Tiene su parte negativa, puesto que esclaviza bastante, obligándote a dedicarle un número mínimo de horas, pero tiene el aliciente de que te permite estar en contacto con tus lectores. Conocer casi al momento lo que han sentido al terminar el libro, las diferentes opiniones que les ha suscitado, si les ha emocionado o les ha dejado indiferente, vale la pena. 

En esta etapa me encuentro actualmente y tanto en esta como en las demás, soy principiante y me muevo en un terreno que no domino del todo. Pero siempre pienso que promocionar el libro no puede ser peor que enfrentarse a la página en blanco, y eso me anima a seguir.
  

sábado, 26 de enero de 2013

Álvaro Petit: "La poesía sigue siendo el arma del futuro, porque tiene toda su historia como filo"




Con algo más de retraso del que yo desearía, doy la bienvenida a este 2013 con la intención de dedicarle más espacio a la poesía, un género que no debería faltar nunca entre nuestras lecturas de cabecera. Y comienzo con Álvaro Petit, un autor novel, aunque de fuerte trayectoria literaria. Su ópera prima, Once noches y nueve besos, prosa poética publicada por Ediciones Carena, ya está en las librerías y también se puede adquirir a través de la web de la editorial. Se trata de la primera obra de una trilogía cuya segunda parte está en proceso de escritura. El próximo jueves, 31 de enero, lo presenta en el Corte Inglés de Serrrano, acompañado por Luis Alberto de Cuenca.


Once noches y nueve besos supone tu debut literario. Encontrarse con los lectores es una alegría, pero tratándose de algo tan íntimo como la poesía, ¿supone también algo de vértigo desnudar ese mundo interior, abrir el alma a todo aquel que quiera acercarse?

Sí y no. Es cierto que el tono del libro es intimista, porque así lo exijía tanto el tema como el carácter de las noches y los besos. Pero gracias a Dios mi intimidad es mucho más amplia que lo que aparece reflejado en el libro, por lo tanto el vértigo es menor. Además, precisamente por ese intimismo, creo que hay que tener ciertas claves para descifrar la clave de bóveda y llegar a la intimidad, por lo tanto estoy un poco resguardado.

-Toda buena obra nace de la necesidad. Cualquier lector que se adentre en la prosa poética de Once noches y nueve besos comprobará cuán cierta es esa afirmación en tu caso. ¿Te ha servido la poesía como tabla de salvación en estos años? ¿Eres de los que piensa que es como una terapia? Este “diario de ausencias y silencios”, como tú defines al libro, ¿hubiera podido existir en prosa?

Eso decía Rilke, que una obra de arte siempre surge de la necesidad y creo que no andaba nada desencaminado, aunque la realidad no sea tan radical como la percibía él. Está claro que cuando existe esa necesidad, uno se da de tal manera a la obra que acaba quedando impregnada y cargada de su autor, de su mundo. Y eso hay a quien le gusta y a quien no. En cuanto a mí, la verdad es que un poco sí ha sido tabla de salvación o más bien, vía de escape; la manera de dejar salir una serie de ideas, de convicciones y decisiones que de otra manera, aún seguirían dentro de mi. La poesía es una terapia o puede no serlo. Depende de cómo se la tome uno. Como todo, supongo. 
 
En cuanto a lo de la prosa, esos textos están escritos, algunos, hace cinco años, cuando el verso me asustaba como un demonio y en la prosa me encontraba más cómodo. Hoy sigo sintiéndome más cómodo en la prosa, pero he recopilado todos los poemas que he escrito, los leí y me dije: “no están tan mal”. Y desde entonces estoy escribiendo en verso. 

-El amor en este libro está analizado desde dos puntos de vista que además dan nombre al poemario: la noche, a la cual tú asocias la parte angustiosa, la incertidumbre, y los besos, que vendrían a ser los momentos de esperanza. Háblanos de ellos.

La noche no me gusta, me parece el momento del día en el que la suciedad sale de las cloacas y lo inunda todo. Por eso mis noches son esa cara del amor en la que todo es incertidumbre, en la que se sufre. Porque la realidad es que amar conlleva, sí o sí, sufrir y estar dispuesto a sufrir, no porque el amor sea una faena, sino porque exige quitarse armaduras e ir a pecho descubierto por la vida, siendo una presa fácil para los tiradores. En cambio los besos, que serían mis días, son esa otra cara del amor, la que mueve al hombre y le lleva a hacer las cosas más imposibles. Y aunque haya once noches y tan sólo nueve besos, éstos siempre van a llenar más que las noches. Por eso merece la pena sufrir, si se sufre por amor.

-Aunque podría parecer un juego literario, un recurso bien empleado, H. es una persona concreta a la que tú diriges este libro. Ella no solo es el tema central, sino la protagonista. ¿Sería muy arriesgado decir que este libro se debe a ella? O mejor dicho: ¿hubiera existido Once noches y nueve besos sin H?

No hubiera existido. En el libro, H asume por completo el control; como bien dices, ella es protagonista y tema, ¡es hasta la numeración de las páginas! (risas). Yo creo que estoy en deuda con ella, por muchísimas cosas, una de ellas, este libro. 

-Este libro formará parte de la “Trilogía de H”. ¿Están ya escritas las otras dos partes?

El segundo libro estoy aún terminándolo. Está escrito en verso, y si te digo la verdad no sé muy bien de qué trata. Sé que trata sobre H, pero tampoco puedo decirte más, no porque no quiera, sino porque no puedo. El título provisional es Geografía de tu vientre, aunque llevo ya como trece o catorce títulos provisionales (risas), y aún no tengo muy claro si quiero que se publique, sí quiero terminarlo. Veremos qué pasa.

-Hay una frase tuya que me impresiona: “Amar es como tirarse al vacío”. En estos tiempos inciertos, ¿qué sería entonces escribir?

Como me cites mucho voy a terminar la entrevista con el ego por las nubes (risas). Escribir es pensar, amar, vivir, sufrir y en mi caso, también rezar. Y todas esas cosas implican cierta precipitación, o al menos eso es lo que creo yo. Pero es una precipitación extraña porque, aunque hay que tirarse al vacío, al final uno descubre que en verdad no está cayendo, sino siendo catapultado al infinito. 
 
-¿La poesía sigue siendo un arma cargada de futuro?

Sigue siendo el arma del futuro, porque tiene toda su historia como filo. 

-En la séptima noche, te diriges a la libertad: 


“¡Tanto tiempo buscándote! Y resultó que estabas aquí. Querida libertad, no hay yo sin ti. Te fuiste o te eché y no sé adónde te relegué” ¿Qué es para ti la libertad?

El amor. Para San Agustín, la libertad consistía en hacer el bien para alcanzar la beatitud, que en román paladino es la felicidad y la felicidad reside tan sólo en el amor, que nos lleva a hacer el bien. Es un círculo delicioso. 

-¿Cómo es la relación entre Álvaro Petit y la literatura? 

Comienza de una forma un poco extraña, con La familia de Pascual Duarte de Cela, libro que por supuesto no logré terminar. De ahí ya inicié un camino más normal, con Martín Vigil y con un autor que me fascinó y desde entonces no hago más que leer y releer cosas suyas; Emilio Salgari. La novela de anveturas me encanta, la de Salgari o las novelas de Haggard. También recuerdo que me encantó, y desde entonces, Walter Scott. 

Ya un poco más adelante, descubrí a Lewis y al Tolkien que son dos escritores favoritos para mí. Luego volví a Cela y ya sí, me encantó. Y en poesía, el primer libro que de verdad disfruté fue La Caja de Plata, de Luis Alberto de Cuenca, y a través de él, llegé a Jaime Gil, Cirlot, Borges, Pere Gimferrer…

-Estás a punto de presentar tu libro en Madrid, ciudad en la que contarás con el apoyo de un gran poeta como Luis Alberto de Cuenca. ¿Qué consejos te ha dado? ¿Qué es lo que más admiras de él?

Luis Alberto es el mejor poeta vivo que hay en España y yo creo que él no es consciente de ese grado. Sobre los consejos, recuerdo uno que me dio y que desde que me lo dijo llevo dándole vueltas a la cabeza: paciencia. Y es cierto, la elaboración de una obra poética exije una paciencia que muchas veces me falta. 

¿Lo que más admiro de él? El manejo que tiene de las imágenes. Si uno lee, por ejemplo, una antología suya que sacó Renacimiento, Su nombre era el de todas las mujeres, puede comprobar el dominio que tiene a la hora de escoger las palabras precisas y poner las comas en las partes del verso correctas. Es impresionante. O cómo es capaz de escribir poemas tan brutales como El fantasma de Rita y luego otros mucho más ligeros como Jóker.

Gracias a Luis Alberto, y añadiría a Luis García Montero, la poesía que algunos llaman posmoderna sigue estando en la brecha. Y claro, para mí supone una alegría que Luis Alberto haya aceptado presentar mi libro. 

Cuando se lo pedí lo hice a través de un mail, y recuerdo que le pedí que me presentara el libro y que me concediese una entrevista. Me dio un poco de vergüenza pedir como si fueran los Reyes Magos. Y me respondió, me acuerdo, con un escueto: “sí a tus dos peticiones. Mañana te escribo y hablamos de fechas”. Creo que esa frase y esa anécdota definen perfectamente cómo es el trato de Luis Alberto, que me escribió a primera hora (risas).

-Siempre me gusta despedir a los autores pidiéndoles una cita o una reflexión, que por supuesto puede ser del libro propio o de un autor de cabecera.

Hay una frase de El Señor de los Anillos, creo que del tercer libro, El Retorno del Rey, me encató cuando la leí y desde entonces me la repito a menudo:

“No nos toca a nosotros decidir qué tiempo vivir, sólo podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado” (J.R.R.Tolkien)